Lo que hice cuando la escuela me dijo que mi hijo era 'demasiado inquieto'

 Hace un año, sentía que estaba perdiendo el control. Mi hijo, Mateo, tenía seis años y era un torbellino de energía. No podía concentrarse en nada por más de dos minutos. La escuela nos llamó tantas veces que empecé a temer el timbre del teléfono. “Es muy inquieto”, decían. “No sigue instrucciones y distrae a los demás.”

Un día, una maestra me dijo algo que cambió todo: “Tal vez Mateo no encaje en el sistema tradicional, pero eso no significa que no pueda aprender.” Me recomendó probar algunas ideas del método Montessori. Al principio dudé, pero estaba tan desesperada que decidí intentarlo.

La primera actividad que implementé fue algo tan simple como crear un rincón especial para él en casa. Pusimos una mesita, algunas cajas con materiales sensoriales (como arena, cuentas y piezas de madera), y le expliqué que ese era su espacio para explorar y aprender a su ritmo.

La primera semana fue un desastre. Mateo tiró las cuentas por todas partes, llenó la casa de arena y hasta intentó usar la mesita como trampolín. Pero después, algo increíble pasó: empezó a calmarse. Una tarde lo encontré completamente concentrado construyendo una torre con bloques. Se veía tan orgulloso que me dieron ganas de llorar.

Además del rincón Montessori, tomé otro consejo clave: asignarle pequeñas tareas en casa. Comenzamos con cosas muy simples, como lavar su taza después de usarla, darle de comer a nuestro perro Rocky, o regar una planta en la terraza. Al principio lo veía como un juego, pero pronto entendí que estas pequeñas responsabilidades le daban un propósito.

Una tarde lo sorprendí limpiando su taza sin que nadie se lo pidiera. Fue un momento pequeño, pero para mí, un gran triunfo. Lo vi desarrollando habilidades prácticas y aprendiendo a cuidar de su entorno, algo que también empezó a reflejarse en su comportamiento en la escuela.

Con el tiempo, agregamos más actividades Montessori: tarjetas de clasificación, juegos de emparejar colores, y hasta un reloj de madera para que aprendiera las horas. Lo más importante no era el material en sí, sino que Mateo sentía que tenía el control. Decidía qué hacer, cómo hacerlo y cuánto tiempo dedicarle.

En solo tres meses, su maestra de la escuela notó el cambio. “Mateo está mucho más tranquilo y enfocado,” me dijo. “Es como si algo hubiera hecho clic en su mente.”

Ahora, un año después, todavía tiene días difíciles, pero hemos aprendido a trabajar con su energía en lugar de luchar contra ella. A veces, cuando lo veo ordenando cuidadosamente las piezas de un rompecabezas Montessori o asegurándose de que Rocky tenga agua fresca, me doy cuenta de lo lejos que hemos llegado.

Si estás luchando con algo similar, quiero decirte que hay esperanza. No todos los niños encajan en el molde tradicional, pero eso no significa que no puedan brillar. Mateo me enseñó que con paciencia, amor y las herramientas adecuadas, todo es posible.

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